Es lunes. Han pasado dos días desde el estreno de LA IDEOLOGÍA DE LOS PUENTES. Tenía ganas de escribir sobre lo que allí ocurrió,
pero necesitaba tiempo para pensar, dejar reposar y después volver a sentir.
Porque sé que este no es un post más, otro cualquiera.
El viernes
fue un día muy especial. El poemario que escribí hace ya cuatro años, mejor
dicho que se publicó hace cuatro años, escribiéndose lo llevaba escribiendo
desde 2011. Un poemario que nació con la muerte de mi padre y la proximidad del
nacimiento de mi hija y otras preguntas que
me rondaron durante aquellos años y removieron mi ser, sea, lo que sea
eso del ser. Concepto y palabra y líquido y aire que siempre me han atraído,
como trasunto de la identidad.
Como decía,
el viernes fue un día muy especial, el poemario originario se transformó en
obra de teatro años antes gracias a una mente maravillosa como es la de ANDRÉS
SANTIAGO, el actor que protagoniza la obra. Andrés, la mayoría ya lo sabéis,
leyó el poemario, se enamoró de él —imaginaos qué significa para un escritor
que un lector le hable así de algo que él ha creado—, y no solo eso, sino que me planteó llevarlo al teatro, adaptarlo, le veía posibilidades, y comenzó a
dibujar castillos y puentes y piedras en el aire. Claro que acepté.
El viernes
fue un día especial porque el poemario ya transformado en obra de teatro,
después de casi dos años, muchos ensayos y dificultades, Andrés tiene mucho
trabajo y yo una salud paupérrima, conseguimos alcanzar ese límite de calidad
que creíamos necesaria. Teníamos claro que antes no. Y llegó el día. Pero
cuando llegó el día, ya hacía tiempo que nos habíamos rodeado de los mejores,
CURRO MARTÍN fue el elegido para construir, edificar y amasar la atmósfera
perfecta a través de su talento y su improvisación para lo que requería la
obra; ANTONIO RODRÍGUEZ y SABINA VICENTE interpretando a los jóvenes que se
lanzan desde el cénit de los puentes y sujetándolo todo entre bambalinas.
El viernes
fue un día especial porque el poemario ya texto dramático, atravesado y
sustentado e interpretado por los mejores, por fin daría el primer paso,
estrenaríamos, abriríamos las puertas. Y eso hicimos, las abrimos y el espacio
se llenó. Y mientras tanto yo estaba en mi casa dudando, nervioso, frustrado,
tristísimo, porque lo más seguro sería que no pudiera asistir El dolor, otra vez,
como tantas otras, me impediría disfrutar de lo que más amo, esta vez era mi
obra, una obra de teatro que fue un poemario y que ahora pertenecía a mis
amigos que la representarían. Y como si de una película americana se tratara,
los servicios de urgencias llegaron justo, justo, en el momento exacto, a las
21.00, la obra comenzaba a las 21-30. Pinchazo como para dormir a un rinoceronte
y pulsar el turbo a la silla de ruedas. En el taxi, que sí, que no, que sí, que
no. Y al final fue que sí. Aterrizamos y el patio de la asociación LUCIANA CENTENO
estaba lleno, llenísimo. Me sentí muy feliz. Sudaba, como siempre me ocurre
cuando el dolor me atraviesa durante un tiempo prolongado. Pero parecía que
estaba controlado y podría disfrutar de la función. Cuando Mari me colocó, sí, me
colocó como se coloca a los jarrones, en un lugar privilegiado y hermoso, la
gente comenzó a aplaudirme y yo sentí una vergüenza enorme y también un gran
amor, como si aquel sonido me abrazara y me secara el maldito sudor. Eso
hicieron esos aplausos, que eran los aplausos de las personas a las que amo y
me rondan cada día.
Y, por fin,
llegó lo verdaderamente importante, comenzó la obra, mi obra, nuestra obra, la
que sería de todos los asistentes una vez acabara. Y Curro comenzó a tocar, y
apareció Andrés, llamado Nadie en la obra, y todo el mundo guardó silencio y el
mundo de afuera desapareció durante cincuenta minutos. Literalmente
desapareció, os lo prometo. Os pondré un ejemplo, al terminar la obra, pedí a
varios grupos de amigos si me podían pasar fotos, yo no hice ninguna, y cual
fue mi sorpresa que apenas reuní cuatro. Nadie hizo fotos, nadie perdió un
minuto en no contemplar y escuchar a Andrés y Curro. Eso me pareció algo hermosísimo.
Andrés nos enamoró, nos llevó y trajo adonde quiso, el texto brotaba de su piel y también
de su voz. Fue una actuación exquisita, una de esas actuaciones que merecen un premio,
¿cuál?, da igual, uno, el más grande que hubiera, pero ahora mismo que alguien le otorgue un premio a ese actor por todo lo que nos ha regalado. Curro también hizo su
magia habitual, su música etérea que jamás volveremos a escuchar porque como el
teatro, asistes a algo que desaparecerá por muy hermoso que sea, y ahí, en eso,
hay tanto de la vida y de la muerte, de la esencia de lo que es la vida, de lo
efímero y lo bello y lo amargo.
Después de
la actuación todo el mundo quería hablar con Andrés, con Curro, conocer a quien
había hecho posible eso que les recorría el cuerpo. También hablaron conmigo.
Recuerdo a una chica morena, de rostro fino y ojos negros, que me habló largo y
tendido del texto, le había gustado mucho, que dónde podía comprarlo, que si
los puentes, y otras cosas que no recuerdo, hablaba rápido, a trompicones,
estaba nerviosa y yo extrañado y admirado, ahora me apena no haberle preguntado
su nombre, solo por recordarla con su nombre cerca. Alguien dijo que tenía una
legión de fieles esperando hablar conmigo. Miré y lo que vi, no era ninguna
legión de nada, sino mucha gente a la que quería celebrando entre ellos aquello
que habían experimentado, lo que vi fue que había llevado una vida muy intensa y
joder qué feliz había sido, solo gracias a que había tenido la suerte de
compartirla con personas maravillosas, y allí se congregaban muchas de ellas.
¿Cómo no podía ser un viernes tan especial?
Me despido. Solo quería agradecer a mis compañeros por hacer posible, por lograr lo que lograron el viernes en el patio del Luciana Centeno; también a todas y a todos los que asististeis al estreno, gracias, muchísimas gracias, fue inolvidable.
Quería agradecer también a ACTÚA CÓRDOBA, por ser un hogar donde descansar y coger lo necesario para seguir el camino; al resto de ZEROCONTRES TEATRO. También a la ASOCIACIÓN LUCIANA CENTENO, por su disponibilidad, facilidades para desarrollar nuestro trabajo y dejarnos ese patio que ahora ya para nosotros estará atravesado por puentes y ríos. Muchas gracias.
Y, por último, y por ello las más importantes, agradezco a Mari y a Martina su amor incondicional, su paciencia y ayuda, sin ellas todo sabría amargo, como un cielo plomizo y aburrido, un maldito cielo aburrido y plomizo, sin matices, sin puentes de ida ni de vuelta, sin piedras ni hojas, sin poesía ni teatro.