EL JUGUETE RABIOSO, publicada en 1926, fue la primera
novela de Roberto Arlt. Hace tiempo
que el final de una novela y la decisión que toma el protagonista no me sumían en un pensamiento tan profundo sobre las intenciones, deseos y consecuencias de lo ocurrido. Silvio
Astier, el protagonista, nos cuenta, en primera persona, su infancia marginal y
paupérrima, sus pinitos como delincuente juvenil y lo que hizo para sobrevivir e
intentar alcanzar sus sueños, que
podríamos resumir en el deseo de ganar dinero y de convertirse en alguien
reconocido, extraordinario. En boca de Astier:
«Entonces yo soñaba con ser
bandido y estrangular corregidores libidinosos; enderezaría entuertos,
protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas.»
Mientras
acompañamos a Silvio en sus andanzas, entre ideas, dudas, lecturas, castillos
en el aire, trapicheos, desventuras y empleos miserables, poco a poco nos va
envolviendo una sensación humosa de fracaso; sentimos, por lo menos eso me ha
ocurrido a mí, que el aire se va enrareciendo a cada paso y decisión. Silvio,
hábil inventor y lector ecléctico, autodidacta para todo, es un ejemplo más de
esos que pululan en la literatura y sobre todo en la vida, y nos recuerda el
estigma de nacer pobre: la injusta dificultad de prosperar y de vivir con un mínimo
de bienestar. El popular y cínico cuento de la meritocracia.
Como en
anteriores Aproximaciones, la lectura
de un libro me ha transportado a otras lecturas y autores, por diferentes
razones que resumiré en sensaciones y ecos. Porque mientras leo siempre
aparecen ecos de otros libros, películas o cuadros, y sensaciones y sombras de
otros autores y autoras que se sientan a mi lado para acompañarme y explicarme
cosas que desconozco. En el caso de El
juguete rabioso, Silvio Astier, esta especie de antihéroe, rebelde-pícaro
adolescente (con un final que intentaré no revelar), tiene el gusto de la buena novela
picaresca, la novela de aprendizaje y unas briznas de aquello que más tarde se llamará: novela existencialista. Recordemos que LA NÁUSEA de Jean Paul Sartre se
publicó en 1938 o EL POZO de Juan Carlos
Onetti en 1939.
Si hablamos
de sensaciones, destacaría la
injusticia y, especialmente, el fracaso. Y las obras que me acompañaron durante
la lectura fueron LAS UVAS DE LA IRA de John
Steinbeck, en la injusticia, y EL ASTILLERO y LOS ADIOSES de Onetti, en el fracaso. Me voy a centrar en
el fracaso. Aunque es la sensación dominante en ambos, el regusto es diferente.
El fracaso de los personajes de Onetti es como leer un poema mientras llueve, o
susurrar en plena noche, sentado en tu cama vacía, que el arte es lo único que
merece la pena mientras las paredes de tu casa tiemblan y se resquebrajan por
un terremoto; el fracaso de Onetti es afirmar que lo único que nos queda es
contemplar estéticamente el derrumbe. También me acordé del final de
MELANCOLÍA, la película de Lars Von Trier, cuando vemos aproximarse el meteorito hacia la Tierra y sabemos que todos vamos a morir,
¿qué hacer? las dos mujeres y el niño se meten en una maltrecha cabaña infantil hecha con palos, en mitad de un prado, se sientan, se cogen las manos y esperan que impacte el meteorito. ¿Sentarnos y contemplar (estéticamente) el final? Sí, pero siendo nosotros mismos. Sin embargo, el fracaso para Silvio Astier, para
Arlt, que dicho sea de paso dicen que es su novela más autobiográfica, es tomar
cicuta para seguir vivo, o abandonar en una isla desierta a la última persona que
ha amado para poder seguir respirando.
Pero de
todos los libros que me han acompañado mientras leía El juguete rabioso, entre todos ellos destaco el LAZARILLO DE
TORMES, la primera novela de género picaresco publicada en España allá por el
lejano 1554 y de autor anónimo. Las razones las sostienen sus protagonistas. Ambos personajes,
Lázaro y Silvio, recorren un camino parecido a lo largo de lo que ellos mismo
narran y señalan como importante, digno de recordar; aquellos sucesos que
ocasionaron su transformación (lo que conocemos como novela de aprendizaje). Ese camino será un camino corrosivo, difícil, lleno de penurias, que va
erosionando… ¿Qué erosionará el camino, los oficios miserables, las injusticias,
las desilusiones y las derrotas? La respuesta aparecerá al final de cada
novela.
Lázaro dejó de pasar hambre,
consiguió un empleo asequible y bien remunerado, el de pregonero, y un hogar, conquistando
así una vida tranquila, con la que siempre había soñado. Pero, ¿qué sacrificó? Sacrificó
lo que se consideraba más importante en aquella época, en aquella sociedad: la
honra. Aceptó que su mujer fuera la amante, y la criada, del arcipreste de San Salvador a
cambio de una vida tranquila, con las necesidades materiales cubiertas. El
honor por un mínimo de bienestar.
Sin embargo, Silvio, después
de innumerables penurias, consiguió ganar dinero y no pasar hambre, pero una
vez alcanzada esa tranquilidad descubrimos que no es la principal causa de su angustia,
de su pesar y de su ira, ¿qué busca Silvio que no buscó Lázaro? ¿Cómo es la época
de Silvio que no era la de Lázaro? Para contestar y mostrar quizá la rumia de
Silvio utilizaré las propias palabras de Lázaro, que aparecen en el prólogo, en
un hermoso puente literario de casi quinientos años:
…Y a este propósito dice Tulio: “La honra cría las artes”.
¿Quién piensa que el soldado que es
primero del escala tiene más aborrecido el vivir? No por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse al
peligro.
Y este es el deseo primordial
de Silvio: la alabanza, el reconocimiento, llegar a ser alguien admirado,
porque él se siente una persona capaz, inteligente, inventa artilugios que pocos
saben inventar, lee libros que pocos han leído y ha atesorado conocimientos que
pocos han conseguido atesorar a su alrededor; sobre todo aquellos que ostentan
cierto poder y privilegios. Aun así no consigue prosperar y vivir de su talento,
y mucho menos ser admirado, todo lo contrario. ¿Qué sacrificará Silvio para
conseguirlo? Una respuesta que no responderé, tendréis que leer la novela.
Para concluir los ecos entre ambos protagonistas y
novelas, una última relación. Ambas novelas se edifican sobre la crítica hacia
la clase dominante de cada época, en el caso del Lazarillo de Tormes contra la sociedad cortesana, y en El juguete rabioso, la sociedad burguesa
a principios del siglo XX. También, ambos protagonistas se apoyan en el cinismo
como si fuera un bastón, el único, donde sostenerse para seguir viviendo.
Otro aspecto que deseo mencionar, ya no de la novela en
sí, sino de la edición que he leído, es el prólogo de Onetti. Porque como
siempre hizo el maestro uruguayo, no escribe lo que se supone se debe escribir
en estos casos, uno de esos prólogos que ensalzan en extremo las virtudes del
prologado y su obra, intentando enmascarar u omitir los defectos, tendiendo más
a un panfleto publicitario pagado previamente, que a un texto literario sobre
una obra y su autor; una visión y un
territorio que ayuden al lector a profundizar y saborear de verdad el libro y al escritor. Y Onetti no decepciona —curiosa palabra—, nos regala un prólogo donde
nos muestra a Roberto Arlt —incluyendo por ejemplo experiencias personales,
como la primera vez que conoció a Arlt en el despacho que tenía en el periódico
El Mundo, donde publicaba sus
famosísimos Aguafuertes porteñas, y
donde leyó la primera novela de Onetti, Tiempo
de abrazar, que por cierto le gustó y Onetti (que tenía 24 años) no
publicaría hasta casi cuarenta años más tarde— como un retrato expresionista
muy personal, pintado a pinceladas gruesas y rápidas de colores vibrantes y
contrapuestos, que salen desde lo más profundo.
Os dejo un
enlace que he encontrado, el primero que ha aparecido, ni conozco la web ni a
sus creadores, para que leáis tranquilamente este magnífico prólogo:
https://verseando.com/blog/juan-carlos-onetti-prologo-a-%C2%B7el-juguete-rabioso%C2%B7-de-roberto-arlt/
Destacaré
dos cuestiones que están relacionadas, la primera: el director de El Mundo, Muzzio Sáenz Peña, era a quien
Roberto Arlt le entregaba sus manuscritos para que le corrigiera los errores
ortográficos. Sí, sus errores ortográficos. Más adelante, Onetti, en una página
para lo que para mí ejemplifica una auténtica aproximación literaria,
contrapone las deficiencias que argumentan los críticos (y también él) atesora la literatura de Arlt, con una certeza que Onetti llama intuición literaria, para defender (y
gritar, siento yo) que si alguien pudo alcanzar la genialidad literaria en Argentina,
ese fue Roberto Arlt, porque por encima de todo lo criticable, que lo había,
Arlt era un gran artista.
Os dejo las
fotos de esa parte del prólogo porque me parecen preciosas, con ese color
amarillento que otorga el paso del tiempo.
Antes de las Pinceladas,
me gustaría señalar varias escenas que me han parecido memorables. Y memorables
por la resonancia en la memoria, la mía y en la que creo es mi época. Una de ellas, aquella en la que Silvio y dos amigos, Lucio y Enrique, en el primer
capítulo de la novela, deciden robar la biblioteca de un colegio. Sí, han oído
bien, deciden robar una BIBLIOTECA. ¿Qué clase de delincuentes juveniles
son esos que roban libros? De aquellos inolvidables, claro. Os dejo la
parte en la que Silvio y Enrique, gran lector y romántico, seleccionan los
libros que merece la pena robar (y leer):
Las peripecias juveniles junto a su amigo Enrique me
recuerdan, con ese toque lumpen, de referencias librescas, de sueños
adolescentes, aventuras y cierto aroma a libertad romántica, a Arturo Belano y
Ulises Lima, los protagonistas de LOS DETECTIVES SALVAJES de Roberto Bolaño.
La otra escena memorable, recuerden la fecha de publicación, 1926, es aquella en la que
Arlt muestra el conflicto de una persona transgénero. Un personaje que mantiene
con el protagonista uno de los mejores diálogos de la novela. Puedes sentir el
dolor y el sufrimiento como en una especie de grito colectivo que pide justicia
y comprensión:
Últimas pinceladas:
"—¿Qué harías vos ante el Juez del Crimen?
—Yo —respondía Enrique— le hablaría de Darwin y de Le
Dantec (Enrique era ateo).
—¿Y vos, Silvio?
—Negar siempre, aunque me cortaran el pescuezo".
"—Pero ¿dónde diablos ha estudiado usted esas cosas?
—En todas partes, señor..."
"No era difícil. Obedeciendo a las voces de mando
dejaba en mí la indiferente extensión de la llanura. Esto hipnotizaba el
organismo, dejando independientes los trabajos de la pena".
“A mis oídos llegan voces distantes, resplandores
pirotécnicos, pero yo estoy aquí, solo, agarrado por mi tierra de miseria como
con nueve pernos”.