miércoles, 9 de junio de 2021

Aproximación a EL JUGUETE RABIOSO, de Roberto Arlt


 

EL JUGUETE RABIOSO, publicada en 1926, fue la primera novela de Roberto Arlt. Hace tiempo que el final de una novela y la decisión que toma el protagonista no me sumían en un pensamiento tan profundo sobre las intenciones, deseos y consecuencias de lo ocurrido. Silvio Astier, el protagonista, nos cuenta, en primera persona, su infancia marginal y paupérrima, sus pinitos como delincuente juvenil y lo que hizo para sobrevivir e intentar alcanzar sus sueños, que podríamos resumir en el deseo de ganar dinero y de convertirse en alguien reconocido, extraordinario. En boca de Astier:

                

«Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas.»

 

        Mientras acompañamos a Silvio en sus andanzas, entre ideas, dudas, lecturas, castillos en el aire, trapicheos, desventuras y empleos miserables, poco a poco nos va envolviendo una sensación humosa de fracaso; sentimos, por lo menos eso me ha ocurrido a mí, que el aire se va enrareciendo a cada paso y decisión. Silvio, hábil inventor y lector ecléctico, autodidacta para todo, es un ejemplo más de esos que pululan en la literatura y sobre todo en la vida, y nos recuerda el estigma de nacer pobre: la injusta dificultad de prosperar y de vivir con un mínimo de bienestar. El popular y cínico cuento de la meritocracia.

        Como en anteriores Aproximaciones, la lectura de un libro me ha transportado a otras lecturas y autores, por diferentes razones que resumiré en sensaciones y ecos. Porque mientras leo siempre aparecen ecos de otros libros, películas o cuadros, y sensaciones y sombras de otros autores y autoras que se sientan a mi lado para acompañarme y explicarme cosas que desconozco. En el caso de El juguete rabioso, Silvio Astier, esta especie de antihéroe, rebelde-pícaro adolescente (con un final que intentaré no revelar), tiene el gusto de la buena novela picaresca, la novela de aprendizaje y unas briznas de aquello que más tarde se llamará: novela existencialista. Recordemos que LA NÁUSEA de Jean Paul Sartre se publicó en 1938 o EL POZO de Juan Carlos Onetti en 1939.

    Si hablamos de sensaciones, destacaría la injusticia y, especialmente, el fracaso. Y las obras que me acompañaron durante la lectura fueron LAS UVAS DE LA IRA de John Steinbeck, en la injusticia, y EL ASTILLERO y LOS ADIOSES  de Onetti, en el fracaso. Me voy a centrar en el fracaso. Aunque es la sensación dominante en ambos, el regusto es diferente. El fracaso de los personajes de Onetti es como leer un poema mientras llueve, o susurrar en plena noche, sentado en tu cama vacía, que el arte es lo único que merece la pena mientras las paredes de tu casa tiemblan y se resquebrajan por un terremoto; el fracaso de Onetti es afirmar que lo único que nos queda es contemplar estéticamente el derrumbe. También me acordé del final de MELANCOLÍA, la película de  Lars Von Trier, cuando vemos aproximarse el meteorito hacia la Tierra y sabemos que todos vamos a morir, ¿qué hacer? las dos mujeres y el niño se meten en una maltrecha cabaña infantil hecha con palos, en mitad de un prado, se sientan, se cogen las manos y esperan que impacte el meteorito. ¿Sentarnos y contemplar (estéticamente) el final? Sí, pero siendo nosotros mismos. Sin embargo, el fracaso para Silvio Astier, para Arlt, que dicho sea de paso dicen que es su novela más autobiográfica, es tomar cicuta para seguir vivo, o abandonar en una isla desierta a la última persona que ha amado para poder seguir respirando.

         Pero de todos los libros que me han acompañado mientras leía El juguete rabioso, entre todos ellos destaco el LAZARILLO DE TORMES, la primera novela de género picaresco publicada en España allá por el lejano 1554 y de autor anónimo. Las razones las sostienen sus protagonistas. Ambos personajes, Lázaro y Silvio, recorren un camino parecido a lo largo de lo que ellos mismo narran y señalan como importante, digno de recordar; aquellos sucesos que ocasionaron su transformación (lo que conocemos como novela de aprendizaje). Ese camino será un camino corrosivo, difícil, lleno de penurias, que va erosionando… ¿Qué erosionará el camino, los oficios miserables, las injusticias, las desilusiones y las derrotas? La respuesta aparecerá al final de cada novela.  

Lázaro dejó de pasar hambre, consiguió un empleo asequible y bien remunerado, el de pregonero, y un hogar, conquistando así una vida tranquila, con la que siempre había soñado. Pero, ¿qué sacrificó? Sacrificó lo que se consideraba más importante en aquella época, en aquella sociedad: la honra. Aceptó que su mujer fuera la amante, y la criada, del arcipreste de San Salvador a cambio de una vida tranquila, con las necesidades materiales cubiertas. El honor por un mínimo de bienestar.

Sin embargo, Silvio, después de innumerables penurias, consiguió ganar dinero y no pasar hambre, pero una vez alcanzada esa tranquilidad descubrimos que no es la principal causa de su angustia, de su pesar y de su ira, ¿qué busca Silvio que no buscó Lázaro? ¿Cómo es la época de Silvio que no era la de Lázaro? Para contestar y mostrar quizá la rumia de Silvio utilizaré las propias palabras de Lázaro, que aparecen en el prólogo, en un hermoso puente literario de casi quinientos años:

 

…Y a este propósito dice Tulio: “La honra cría las artes”.

         ¿Quién piensa que el soldado que es primero del escala tiene más aborrecido el vivir? No por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse al peligro.

 

Y este es el deseo primordial de Silvio: la alabanza, el reconocimiento, llegar a ser alguien admirado, porque él se siente una persona capaz, inteligente, inventa artilugios que pocos saben inventar, lee libros que pocos han leído y ha atesorado conocimientos que pocos han conseguido atesorar a su alrededor; sobre todo aquellos que ostentan cierto poder y privilegios. Aun así no consigue prosperar y vivir de su talento, y mucho menos ser admirado, todo lo contrario. ¿Qué sacrificará Silvio para conseguirlo? Una respuesta que no responderé, tendréis que leer la novela.

Para concluir los ecos entre ambos protagonistas y novelas, una última relación. Ambas novelas se edifican sobre la crítica hacia la clase dominante de cada época, en el caso del Lazarillo de Tormes contra la sociedad cortesana, y en El juguete rabioso, la sociedad burguesa a principios del siglo XX. También, ambos protagonistas se apoyan en el cinismo como si fuera un bastón, el único, donde sostenerse para seguir viviendo.

 

        Otro aspecto que deseo mencionar, ya no de la novela en sí, sino de la edición que he leído, es el prólogo de Onetti. Porque como siempre hizo el maestro uruguayo, no escribe lo que se supone se debe escribir en estos casos, uno de esos prólogos que ensalzan en extremo las virtudes del prologado y su obra, intentando enmascarar u omitir los defectos, tendiendo más a un panfleto publicitario pagado previamente, que a un texto literario sobre una obra y su autor; una visión  y un territorio que ayuden al lector a profundizar y saborear de verdad el libro y al escritor. Y Onetti no decepciona —curiosa palabra—, nos regala un prólogo donde nos muestra a Roberto Arlt —incluyendo por ejemplo experiencias personales, como la primera vez que conoció a Arlt en el despacho que tenía en el periódico El Mundo, donde publicaba sus famosísimos Aguafuertes porteñas, y donde leyó la primera novela de Onetti, Tiempo de abrazar, que por cierto le gustó y Onetti (que tenía 24 años) no publicaría hasta casi cuarenta años más tarde— como un retrato expresionista muy personal, pintado a pinceladas gruesas y rápidas de colores vibrantes y contrapuestos, que salen desde lo más profundo.

      Os dejo un enlace que he encontrado, el primero que ha aparecido, ni conozco la web ni a sus creadores, para que leáis tranquilamente este magnífico prólogo: 

https://verseando.com/blog/juan-carlos-onetti-prologo-a-%C2%B7el-juguete-rabioso%C2%B7-de-roberto-arlt/

         Destacaré dos cuestiones que están relacionadas, la primera: el director de El Mundo, Muzzio Sáenz Peña, era a quien Roberto Arlt le entregaba sus manuscritos para que le corrigiera los errores ortográficos. Sí, sus errores ortográficos. Más adelante, Onetti, en una página para lo que para mí ejemplifica una auténtica aproximación literaria, contrapone las deficiencias que argumentan los críticos (y también él) atesora la literatura de Arlt, con una certeza que Onetti llama intuición literaria, para defender (y gritar, siento yo) que si alguien pudo alcanzar la genialidad literaria en Argentina, ese fue Roberto Arlt, porque por encima de todo lo criticable, que lo había, Arlt era un gran artista.

         Os dejo las fotos de esa parte del prólogo porque me parecen preciosas, con ese color amarillento que otorga el paso del tiempo.




        Antes de las Pinceladas, me gustaría señalar varias escenas que me han parecido memorables. Y memorables por la resonancia en la memoria, la mía y en la que creo es mi época. Una de ellas, aquella en la que Silvio y dos amigos, Lucio y Enrique, en el primer capítulo de la novela, deciden robar la biblioteca de un colegio. Sí, han oído bien, deciden robar una BIBLIOTECA. ¿Qué clase de delincuentes juveniles son esos que roban libros? De aquellos inolvidables, claro. Os dejo la parte en la que Silvio y Enrique, gran lector y romántico, seleccionan los libros que merece la pena robar (y leer):


    Las peripecias juveniles junto a su amigo Enrique me recuerdan, con ese toque lumpen, de referencias librescas, de sueños adolescentes, aventuras y cierto aroma a libertad romántica, a Arturo Belano y Ulises Lima, los protagonistas de LOS DETECTIVES SALVAJES de Roberto Bolaño.

     La otra escena memorable, recuerden la fecha de publicación, 1926, es aquella en la que Arlt muestra el conflicto de una persona transgénero. Un personaje que mantiene con el protagonista uno de los mejores diálogos de la novela. Puedes sentir el dolor y el sufrimiento como en una especie de grito colectivo que pide justicia y comprensión:



        Últimas pinceladas:

 

"—¿Qué harías vos ante el Juez del Crimen?

—Yo —respondía Enrique— le hablaría de Darwin y de Le Dantec (Enrique era ateo).

—¿Y vos, Silvio?

—Negar siempre, aunque me cortaran el pescuezo".

 

"—Pero ¿dónde diablos ha estudiado usted esas cosas?

 —En todas partes, señor..."



"No era difícil. Obedeciendo a las voces de mando dejaba en mí la indiferente extensión de la llanura. Esto hipnotizaba el organismo, dejando independientes los trabajos de la pena".

 

 

“A mis oídos llegan voces distantes, resplandores pirotécnicos, pero yo estoy aquí, solo, agarrado por mi tierra de miseria como con nueve pernos”.

 


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