martes, 5 de octubre de 2021

Cuando la humedad nos atraviesa


Como se cumple, días arriba o días abajo, un año de la publicación de CUANDO LA HUMEDAD NOS ATRAVIESA, editado por EDICIONES EN HUIDA, quiero dejaros por aquí unos relatos y microrrelatos que aparecen en el libro porque me apetece recordar y brindar por ese tiempo y textos ya pasados:



ETERNA ALICIA


Algunos de mis compañeros del colegio, ahora que nos reencontramos después de treinta años, recuerdan a los profesores que tuvimos por su coche. Don Jesús por el Renault 5 rojo; Meli, un 205 blanco generation; Gabriel, el Corsa gsi gris. Esos fueron los profesores más populares, cada uno por un motivo. Todos tenían coche. Todos lucían con orgullo y hablaban con devoción de sus vehículos. Todos menos Alicia, que es a quien yo más recordaba. Nos impartió Ciencias Sociales durante séptimo y octavo de EGB. Aterrizó de repente, como una interina más. Era callada, distante, hermosa como suelen serlo de manera natural las mujeres del sur, con esa belleza gravitatoria y rebelde que otorga la piel tostada y la negrura del cabello. Era la profesora más joven. Era contestataria y la primera feminista confesa que conocí. Era un dolor de muelas para la mayoría del profesorado, sobre todo para el director, don Alonso, un tipo espigado, soez y repugnante que dirigía el colegio como si fuera su cortijo, algo también congénito por estos lares.

         Durante un tiempo, apostábamos por la procedencia de Alicia. La mayoría decían que Sevilla, otros Jaén, y yo era el único que defendía que era de aquí, de Córdoba, de algún barrio chungo, eso se decía por aquella época. Pero esto que os cuento no es importante, en realidad, no sé por qué os hablo de ello. Lo que quería deciros, por eso me he detenido a recordar, es que Alicia no tenía coche. Cuando entrábamos en clase, por muy temprano que fuera, ella ya se encontraba allí, preparando material y ordenando las mesas y las sillas. Al terminar el día, a veces nos quedábamos a jugar a fútbol un rato y la veíamos marcharse andando. Siempre era la última en abandonar el colegio. Nadie venía a recogerla y no utilizaba el transporte público. ¿Dónde viviría?, me lo pregunté muchísimas veces, durante casi dos años, hasta que me propuse averiguarlo.

         Un día, después de clase, decidí que era el momento: quería descubrir dónde vivía Alicia. Estaba convencido de que si la seguía me llevaría hasta Las Moreras o el Sector Sur. Es la primera vez que lo cuento. Cuando salió del colegio tiró por Sagunto, subió por Ollerías y, a la altura de la Torre Malmuerta, cruzó la acera y desanduvo el mismo camino. Mientras la seguía, me sentía entre excitado y atemorizado; algo no marchaba bien, lo que hacía no era normal, aquello no tenía sentido.

¿Dónde fue? Regresó al colegio. Una hora más tarde, cuando no había nadie, Alicia entró por detrás, por la puerta trasera del gimnasio. Penetró en el colegio y no volvió a salir. La seguí cuatro veces más y siempre hacía lo mismo. Alicia vivía en el colegio, esa era la respuesta.

Después de acabar la EGB, cada uno de mis compañeros se marchó a un instituto diferente. Cuando cursaba COU, una tarde que me detuve más de lo habitual con unos amigos, al regresar a casa para almorzar, me crucé con Alicia. Intuía hacia dónde iba. No lo pude evitar. La seguí. Y, efectivamente, dibujó el mismo trayecto de antaño, entró por la puerta trasera del gimnasio y se perdió en el colegio para no volver a salir.

Era tan extraña. Aquella mujer hermosa, que nos hablaba sin tapujos de las crueldades de la dictadura franquista, de las injusticias que las mujeres han sufrido a lo largo de la historia, del patriarcado, fue la primera vez que escuché aquella palabra; como también: neoliberalismo o ecologismo. En fin, nunca descifré la razón o lo que rodeaba a Alicia. Lo único que supe con seguridad es que Alicia vivía en el colegio, no tenía coche y no envejecía. Porque hoy, que mi hijo se sienta en la misma silla y utiliza el mismo pupitre que yo utilicé, sé, sin dudarlo, que la profesora, contestataria y hermosa como suelen serlo las mujeres del sur, que le imparte Literatura, no tiene coche y sale cada día caminando del colegio, es Alicia.



EL SUEÑO


DOS DÍAS DESPUÉS DEL CRIMEN:

No soy capaz de imaginar cómo la anciana llenó el dormitorio de arena. Un dormitorio con todos sus muebles y aquella escalofriante imagen de un espejo enterrado. Pero si insólito resulta saber cómo subió tanta arena a una segunda planta, más insólito es descubrir cómo murió su marido. Cuando despejaron la habitación, encontraron al hombre plácidamente acostado en la cama. ¿Lo hizo mientras dormía? El forense ha confirmado que no estaba bajo los efectos de ningún fármaco ni droga, simplemente dormía.

 

TRECE DÍAS MÁS TARDE:

La anciana continúa repitiendo que su marido quería ver la playa por última vez. La condena será la máxima por ensañamiento. ¿Es más ensañamiento sepultar a un tipo mientras duerme o sedarlo durante meses? Creo que la mujer solo fue la mano que dibujó el desierto soñado por el hombre. Pero eso es demasiado complicado para escribirlo en un informe.




APOLO Y DAFNE


Cuando la mujer-hormiga exhaló el último suspiro, cerca de la ribera de aquel barroso charco, el hombre-hormiga estaba a su lado. Ella se llamaba Dafne y él Apolo. Se conocieron en el Tiempo de las Naranjas. Ella lo rehuyó durante muchos veranos, pero él le regalaba gajitos de gajitos de naranjas cada tarde. Y, durante los largos inviernos, especialmente los domingos, mientras el resto de jóvenes jugaba al billar, iba al cine o pasaba las horas dando toques a un balón de papel, él le hablaba de mitología.

         Cuando llegó la sequía, cuando el Tiempo de las Naranjas fue sustituido por el Tiempo del Asfalto, con ese olor putrefacto que lo caracterizó, el hormiguero emigró. Tenían que encontrar un lugar húmedo, porque solo la humedad produce tierra fértil y con ella el Tiempo de las Naranjas o el de las Manzanas, como fue el de sus abuelos. Tenían que abandonar el que había sido su hogar. Así lo hicieron. Cruzaron desiertos y charcos inabarcables. Bosques profundos y oscuros plagados de monstruos carnívoros. Muchos perecieron. Amigos y familiares. Pero un día encontraron la humedad que traería el Tiempo de los Melocotones, una de las épocas más prósperas que recogía la antiquísima historia de aquella civilización de hormigas que dio comienzo con el Tiempo de los Cereales, en aquel basto charco llamado Éufrates.

Durante la odisea que los llevó hasta dar comienzo el Tiempo de los Melocotones, la mujer-hormiga supo, sin lugar a dudas, que amaba a aquel hombre-hormiga que no dejó nunca de hablarle de mitología. Cerca de una charca barrosa y entre la vegetación de un melocotonero, en aquel oasis, vivieron felices.

         Después de que la mujer-hormiga exhalara el último suspiro, el hombre-hormiga la enterró cerca de la humedad del charco barroso que tanta alegría les hubo regalado. No tardó mucho tiempo en brotar una hierbecilla salvaje, minúscula y débil en apariencia, pero que a la primavera siguiente lucía fuerte y ramificada. El hombre-hormiga, como un ritual, el primer día que emergía del hormiguero una vez superado el invierno, se acercaba a la plantita, le arrancaba una hoja y con ella y un hilo seco se fabricaba un collar que le duraría hasta el final del verano. Se lo colocaba y salía al campo pensando en el amor y en la felicidad que trae consigo la humedad.

         Varios veranos más tarde, cuando el hombre-hormiga murió, un joven artista, en homenaje a aquella muestra de amor eterno, esculpió una escultura del hombre-hormiga y la mujer-hormiga y la tituló Apolo y Dafne. Hoy, decenas de veranos después, miles de personas-hormigas hacen cola en el Museo de Arte Nacional para contemplar una de las obras maestras más importantes de aquella civilización tan antigua.




REENCUENTRO DE DOS VIEJOS AMIGOS


Ciervo 1:  ¿Tienes más preguntas?

Ciervo 2:  No. Ya te he bombardeado bastante, pero es que hace                           tanto  tiempo que no nos veíamos... Bueno, quizás...

Ciervo 1:  ¿Quizás...?

Ciervo 2:  La última y te dejo tranquilo un rato.

Ciervo 1:  De acuerdo.

Ciervo 2:  ¿Cuánto tiempo tardaron tus huesos en transformarse                           en  hierbas y flores?

 


 

 GEMELOS


En sexto de EGB, la profesora me culpó de haber robado el borrador de la clase y mi hermano gemelo me salvó. Para celebrar mi decimoquinto cumpleaños, robé un balón de fútbol y el guardia de seguridad me pilló, pero mi hermano me salvó. Me salvó de que me denunciaran en el bar, el restaurante chino y la bocatería de un primo de nuestro padre donde trabajábamos cuando metí la mano en la caja. Me salvó tantas veces que perdí la cuenta, le resté importancia, me habitué. Mi hermano cumple cinco años de cárcel porque intenté robar una gasolinera. Voy a visitarlo cada domingo, le llevo chocolatinas y revistas, y le doy ánimos, y le digo que todo pasará, que ya mismo estará en casa y seremos felices como antes, como siempre. Desde que el juez dictó sentencia nos condenó a ambos sin saberlo. No he podido robar nada desde entonces. Es insoportable.


 

 


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