lunes, 30 de marzo de 2020

17. LAS HUELLAS



Pelusa, mi perrita, había desaparecido. Menos mal que la noche anterior había llovido y encontré sus huellas en el barro. Cogí una mochila, eché un batido de chocolate y un paquete de galletas y salí en su busca sin decírselo a nadie. Yo la encontraría. Abandoné el cortijo, salté la valla y crucé el riachuelo. Me sorprendió que Pelusa, apenas un cachorro, hubiera caminado esa distancia. Me sentía como uno de esos detectives que tanto nos gustan a mamá y a mí. Tan listos y valientes. Tenía que encontrarla, y adentrarme en el bosque no debía aterrorizarme.
         Me senté en una roca para almorzar y descansar un rato. Ya no había barro y tampoco huellas. Me propuse investigar la zona, seguro que Pelusa estaría por allí husmeando. La encontraré, me decía, soy un gran detective, nada puede escapar a mi instinto. La busqué tanto que no advertí que comenzaba a anochecer, pero eso no me impediría hallar a Pelusa.
         Hacía mucho frío. Me acurruqué bajo un árbol para entrar en calor un poco antes de seguir buscando a mi perrita. Todo sucedió muy rápido. Me rodearon sin que me diera cuenta y antes de que pudiera levantarme me atacaron clavándome sus colmillos en mi cuerpo destemplado. El más grande me arrastró hasta su madriguera y aquí me dejó. Cuando mi vista se aclimató a la oscuridad descubrí, sintiéndome como estoy pasmado de frío por la pérdida de sangre, a mi lado, el cuerpecito todavía tibio de Pelusa. La humedad lo envuelve todo. Por fin la encontré.



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