Había caminado
durante más de cuatro días cuando descubrió el castillo sobre la cumbre.
Exhausto, llegó hasta el enorme portón de madera. Miró las almenas y los
tejados plateados por donde serpenteaba el humo de las chimeneas. Después
acarició la aldaba de oro. Sonrió al comprobar que no era un sueño. No, no
estaba loco. Los locos eran ellos. Y regresó por donde había venido.
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