martes, 31 de marzo de 2020

18. LA CASA DE BERNARDA ALBA



Estudiábamos el teatro de Lorca cuando lancé el primer trazo. Tenía quince años. Por aquella época vagabundeaba del día a la noche como una condenada a muerte, como alguien que lo tiene todo perdido. Los lamentos de todas esas mujeres me corroían, me nublaban. Sus dogmas, su mala suerte, su opresión, su fanatismo, su aceptación de las cadenas me llenaba el corazón de tinieblas. Pero descubrirlo allí, tan quieto, tan simple en su forma y en su uso, sobre la mesa de la profesora, me cambió. Recuerdo ese primer trazo verde y grueso.
Ella se llamaba Sella. Había llegado ese año al instituto. Sella me enseñó, mientras en clase de literatura estudiábamos el teatro de Lorca, cómo se utilizaba un pincel, cómo vomitar todas mis tinieblas sobre un folio en blanco. «Tienes que salir de La casa de Bernarda Alba —me decía—, todas debemos romper el bastón y recorrer el mundo.» Trazo verde, tras trazo verde, lo logré. Salí gracias a una mujer llamada Sella y a la música que despertó en mí un pincel.


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