Dédalo, el hombre que empujó a Perdix al vacío, el que fue
desterrado de su ciudad y perdió a un hijo por volar demasiado alto, no está
dispuesto a dejarse vencer, otra vez, por los dioses o la buenaventura. Amparado por su ingenio ha reformado la
construcción que antaño lo hizo tan famoso, añadiendo varias zonas verdes y una
piscina, y actualizado los pasadizos.
Dédalo tiene un propósito. Ha vuelto a
creer en el amor. Nadie, ni dioses ni hombres, podrán arrebatarle eso. «No te
preocupes, mi amor. Aquí nadie nos molestará», le dice a su amada
mientras, con las manos entrelazadas, entran en el Laberinto.
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