Tengo tu pintaúñas rojo sobre la mesa del comedor. Permanece
frente a mí cuando como, en el lugar donde debería estar tu plato, tus manos,
tu voz. Tengo que confesarte que me pinto las uñas con él cada mañana. Después
leo los periódicos y escucho y veo el último parte de guerra del Gobierno. La
paz está cerca. Antes del verano acabará todo, eso dicen. El frío se marchó
definitivamente. Aunque yo no lo siento así.
Sin embargo, hoy cambiaré tu
ropa de invierto por la de verano porque sé cuánto odias no hacerlo el día
exacto y levantarte por la mañana y no saber qué ponerte, encontrar las mangas
largas mezcladas con los tirantes y los pantalones de pana con las faldas. Lo haré
por ti, meticulosamente.
Llevo dos
semanas lavándome los dientes con tu cepillo, utilizando tu crema de manos y
echándome tu perfume. Te siento aquí, a mi lado, muy cerca. El amor es la
presencia, no el cuerpo; es la ilusión de estar aunque no estés; aunque tema,
porque todo se ha complicado demasiado, que no regreses. El amor es la
presencia del recuerdo, la tristeza de ser conscientes que es un recuerdo y aun
así sabemos que eso, que pasó y no volverá o existe el miedo de que pase y no
vuelva, es el amor.
Me he
puesto tu vestido acaramelado y aquí llevo dos horas mirándome al espejo de
espaldas, con tu perfume, el color de tus uñas y el recuerdo de tu voz. El
simulacro se aproxima a tu presencia pero tengo que dar lo mejor de mí para que
dibuje tu rostro, y tras él la esperanza de que vuelvas y el deseo de tocarte
de nuevo… quiero transmitirte desde la distancia, desde mi refugio, a través de
las paredes y el aire y el miedo colectivo y ese veneno que todo lo ha detenido
y separado, que te quiero, que te quiero de vuelta.
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