domingo, 5 de abril de 2020

23. EL PINTAÚÑAS ROJO



Tengo tu pintaúñas rojo sobre la mesa del comedor. Permanece frente a mí cuando como, en el lugar donde debería estar tu plato, tus manos, tu voz. Tengo que confesarte que me pinto las uñas con él cada mañana. Después leo los periódicos y escucho y veo el último parte de guerra del Gobierno. La paz está cerca. Antes del verano acabará todo, eso dicen. El frío se marchó definitivamente. Aunque yo no lo siento así.
Sin embargo, hoy cambiaré tu ropa de invierto por la de verano porque sé cuánto odias no hacerlo el día exacto y levantarte por la mañana y no saber qué ponerte, encontrar las mangas largas mezcladas con los tirantes y los pantalones de pana con las faldas. Lo haré por ti, meticulosamente.
         Llevo dos semanas lavándome los dientes con tu cepillo, utilizando tu crema de manos y echándome tu perfume. Te siento aquí, a mi lado, muy cerca. El amor es la presencia, no el cuerpo; es la ilusión de estar aunque no estés; aunque tema, porque todo se ha complicado demasiado, que no regreses. El amor es la presencia del recuerdo, la tristeza de ser conscientes que es un recuerdo y aun así sabemos que eso, que pasó y no volverá o existe el miedo de que pase y no vuelva, es el amor.
         Me he puesto tu vestido acaramelado y aquí llevo dos horas mirándome al espejo de espaldas, con tu perfume, el color de tus uñas y el recuerdo de tu voz. El simulacro se aproxima a tu presencia pero tengo que dar lo mejor de mí para que dibuje tu rostro, y tras él la esperanza de que vuelvas y el deseo de tocarte de nuevo… quiero transmitirte desde la distancia, desde mi refugio, a través de las paredes y el aire y el miedo colectivo y ese veneno que todo lo ha detenido y separado, que te quiero, que te quiero de vuelta.




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