martes, 17 de marzo de 2020

4. EL PARQUE DE LAS PALOMAS



Sí, soy escritor. Eso es diferente. Ser reconocido no tiene nada que ver con ser escritor. Escritor lo soy, reconocido no. Sí, es una costumbre; me gusta contemplar el parque por las noches, desde mi ventana, con la luz apagada. Claro, nadie puede verme. Me gusta. ¿Raro?, si usted lo dice inspector.
Sí, sé quién es. Lo vi por primera vez hace unos meses. Saltaba las vallas del tren y se escabullía silenciosamente en el parque, cuando llevaba varias horas vacío. Más o menos sobre esa hora, sí. Tres o cuatro veces por semana. Agazapado, así, de esta forma, comprobaba que no hubiera nadie. Después observaba los árboles, elegía uno y, como si fuera un gato, trepaba y apresaba dos palomas. Las otras salían del árbol como si alguien hubiera disparado cerca. Sí, se las comía allí mismo, en algún rincón o entre los arbustos más frondosos; pero solo una paloma, la otra se la llevaba. No lo sé. Claro que me sorprendió. Pero reafirmó mi teoría de que el mundo es enorme y enorme sus miserias. Cuando terminaba la cena, saltaba de nuevo las vallas del tren y se perdía en la oscuridad.
         Mi abuelo, desde que yo era niño, me contaba historias sobre la pobreza que sufrió durante la posguerra. Y no era la peor. Él me decía que bajo la miseria, siempre existía otra miseria más profunda, pero casi invisible para la mayoría. Me contó la historia de un gitanillo de su barrio que, por las noches, robaba patos y palomas de un parque del centro de la ciudad. Cena familiar. Sobrevivir, solo importaba eso, me decía mi abuelo. Me acordaba de aquel gitanillo cada vez que veía al hombre comerse las palomas del parque.
         Sí, claro. Ayer todo cambió. Por eso estamos aquí. Sí, era la misma hora de siempre. Se comportó de la misma forma. Entonces apareció aquel corredor con su trote cochinero. Era el típico que había decidido ese día ponerse en forma, pero como era tan lamentable verlo correr, optó por hacerlo a esa hora de la madrugada que nadie lo juzgaría. Cuando el corredor pasó cerca del hombre agazapado en un arbusto, todo ocurrió muy deprisa. Se abalanzó sobre él como un animal salvaje. No escuché nada. Solo vi cómo el cuerpo del corredor caía al suelo y rápidamente el hombre lo arrastró hasta el forraje. Allí lo devoró. Tardé en reaccionar, eso es todo. No podía creerlo. Una hora más tarde el hombre saltaba las vallas del tren y desaparecía como siempre. Lo único que había cambiado es que ese día no había cenado palomas.





3 comentarios:

  1. Me ha sabido a poco. Me lo pones de 300 páginas para llevar??? ;)

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  2. Un grandioso correlato objetivo que penetra en algo que siempre ocurrirá en la historia: la miseria humana. Y lo que es peor, otra miseria mucho más profunda enraizada en las entrañas del individuo, que no salta a la vista y que anida en la incultura, el analfabetismo, la violencia y la gramática parda. Brutal.

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