Cada tarde, antes de que anochezca, cierro las ventanas.
No quiero que entre la tristeza, porque cuando cae la noche y las calles
continúan vacías, la tristeza quiere entrar por todas las ventanas o puertas,
atraída por la luz, buscando compañía y cariño. La tristeza no quiere estar
sola y yo, aunque me dé pena, no puedo dejarla entrar, porque aquí no hay más
sitio, la soledad lo ocupa todo, y soledad y tristeza siempre provocan grandes
cataclismos, sobre todo para alguien como yo, que en plena cuarentena lee Cien años de soledad por segunda vez,
con la única intención de cambiarle el final.
Después de
la segunda lectura, ahora lo sé. Llega la noche, abro las ventanas y la
tristeza y la soledad colonizan y conquistan cada rincón de mi apartamento,
pero yo, ahora lo sé, convencido, puedo escribir otro final: “porque las estirpes
condenadas a cien días de soledad tienen una segunda oportunidad sobre la
Tierra.”
Hola Salva,me he sentido acompañada con tu relato.
ResponderEliminarYo también he leído dos veces Cien años de soledad y como , creo q se llamaba Úrsula,sigo intentando q la casa siga en pie, luchando contra la maleza y las hormigas,q la familia y todas las personas a las q quiero tengamos fuerza y ganas de vivir.
Gracias .
Sí, así se llamaba. Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia transformaron la soledad en amor, dentro de aquella casa maravillosa. Así lo esperamos todos, y que pertenezcamos a esa estirpe que después de cien días de soledad (y amor) merezca (desee y busque) una segunda oportunidad en la Tierra.
ResponderEliminar